Columna de opinión del investigador del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico, Alonso Villarán.
¿Podemos leer el futuro?
¿Qué pasará en el Perú mañana? ¿En el 2023? ¿De acá al 2026? Esto es imposible saberlo (de hecho, modificó estas líneas al día siguiente de “terminarlas” por el intento de golpe de Castillo). Lo más que podemos hacer es especular y no en base a nuestros deseos, sino en base al pasado, el presente y los actores en juego. Pero no soy ni historiador ni analista político. Mal haría en intentar leer el futuro.
Pensemos en la pandemia. Nadie podía prever su ocurrencia el 2019. Nos sorprendió a todos y tiró por la borda todas las proyecciones que se habían hecho para el 2019 en adelante. Y no solo las proyecciones económicas o políticas. Tiró por la borda nuestros planes personales. Se llevó consigo vidas, emprendimientos y felicidad. Sus consecuencias se siguen produciendo.
Esta incertidumbre y este ejemplo podría paralizarnos, pero no tiene por qué ser así. Siguiendo con el ejemplo de la pandemia, si bien nadie sabía qué ocurriría el 2019, si se sabía que algún día ocurriría (como se sabe que volverá a ocurrir). Siendo esto así, más que paralizarnos, lo que este pedazo de información debería producir es acción: prepararnos para la siguiente.
Entonces, no podemos leer el futuro, pero sabemos que la vida es frágil y que, así como ocurrirán buenas cosas, malas cosas también vienen en nuestro encuentro. Algunas de estas son inevitables pero combatibles, como un terremoto u otro fenómeno El Niño. Otras son evitables, pues dependen del ser humano, como una dictadura o una guerra.
Tratándose de males naturales, hay mucho por hacer. Por ejemplo, frente al terremoto que se avecina, contamos hoy con información y tecnología sin precedentes. El reto, empero, es titánico y el tiempo… nadie sabe con cuánto contamos. Lo sabio es asumir que ocurrirá pronto, digamos el 2023. ¿Qué hacemos en los meses que nos quedan? No solo los políticos: usted y yo.
Tratándose de males causados por el ser humano hay, también, mucho por hacer. Se puede empezar desde lo más simple: respetar las luces del semáforo, dar paso al peatón y jamás ofrecer una coima a un policía ni a ninguna autoridad. Fortaleceremos las instituciones desde abajo. También pasa por entender la importancia de las instituciones. De hecho, son ellas las que esta vez nos salvaron.
Las instituciones acaban de librarnos de un presidente corrupto y tirano. Más de uno decía que “lo que venía podía ser peor”, pero hasta el infierno de dante tiene un límite: el noveno círculo. El riesgo ha sido mayúsculo. Pero el riesgo sigue ahí y no hay duda alguna que hay otros “castillos” en fila (piénsese en los que votaron en contra de la vacancia, o que se abstuvieron… y no solo en ellos).
El mayor error que se ha cometido a nivel político del lado de los pocos políticos bien intencionados, pienso, es la incoherencia. Es decir, bajo la ilusión de la astucia política, se han hecho cosas que van en contra de lo que creen. Por ejemplo, otorgaron la confianza a gabinetes que provocarían la ira de Grau. Pero la incoherencia es, siguiendo imágenes dantescas o dantianas, el juego del diablo.
Si, en cambio, en adelante se adoptase la estrategia de la coherencia, de algo no tengo duda: en el largo plazo, tome lo que tome y cueste lo que cueste, el país será otro. Se tomarían las armas intangibles del bien, que son las más poderosas. Con esto, los verdaderos políticos comenzarán a ganarse el respeto de la gente. Y con el respeto de la gente vendrá su apoyo y la recuperación del bien común.
Más que leer el futuro, hay que definirlo (coherentemente).
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