El surgimiento de la secularización se dio en Europa, como respuesta a la situación política e histórica que se vivió, pero esta experiencia dista de la vivida en América Latina, donde el catolicismo influyó fuertemente en la realidad sociocultural. Conversamos con el investigador CIUP, Fernando Armas Asín, sobre la relación entre política y religión a lo largo de la historia, así como la interacción entre los políticos y los grupos religiosos en su búsqueda por el poder.
Desde el inicio de nuestra historia, la política ha estado muy vinculada a la religión ¿cómo ha sido esa relación y cuál ha sido su influencia en nuestra cultura?
En general las religiones tradicionales no solamente son masivamente seguidas en el mundo -ha sido así a lo largo de los siglos-, sino que además los sistemas religiosos te explican la realidad de cómo tiene que ser la vida para las sociedades. Te indica cómo se tiene que organizar la sociedad, la familia, las relaciones personales, o la vida política. En ese sentido, no es errado cuando en los tiempos actuales se habla de integrismo, ideas de personas que justamente siguen creyendo que la religión debe ordenar la vida completa. A partir del siglo XVIII en Europa se genera un cambio en el pensamiento y va surgiendo la modernidad. Uno de los rasgos de la modernidad es la idea de que la religión no debe explicar la totalidad de la vida, sino que esta tiene diversos planos, a veces muy separados. Nuestros países en América Latina, cuando llegan a la independencia, poco a poco van incorporando estos ideales. Pero termina de incorporarse recién en el siglo XX, y no de forma muy clara.
Actualmente, el estado peruano es laico, pero en distintos niveles del aparato público surgen iniciativas que se soportan en alguna religión. ¿Cómo se explica esto?
En América Latina y especialmente en Perú, la religión católica no solamente fue masivamente seguida, sino además era la única religión permitida hasta inicio del siglo XX y era una religión de Estado, en el sentido que el Estado la reconocía y protegía, hasta 1980. La fuerte unión entre religión y Estado se ha traducido en la creencia de mucha gente de que era perfectamente normal que la Iglesia interviniera en todos los campos de la vida. Por Iglesia me refiero a la jerarquía, el episcopado y sus pronunciamientos. Igual ocurrió luego con la presencia evangélica en el país y su activismo en la vida pública. Pero, por otro lado, desde la Independencia, siempre hubo voces que buscaban enrumbar en otro sentido, lo que ha llevado a que existan tensiones. Teóricamente, el Estado trata de legislar en equilibrio para todos los grupos de la sociedad, pero toda democracia implica necesariamente presiones, tensiones y juegos de poder.
La pelea por el poder se da evidentemente en los partidos políticos, pero también la disputan los grupos religiosos. ¿Cómo se relacionan ambos planos?
Los grupos políticos entienden que llevarse bien con algunas instituciones como, por ejemplo, estos grupos más tradicionales dentro de las iglesias evangélicas o sectores dentro de la iglesia católica, te da redito político. Todos sabemos que muchos de los políticos ni son buenos católicos, ni son buenos evangélicos, pero asumen este discurso porque les conviene. Y eso es parte del juego de poder. Esto hace que discusiones como el tema del aborto, el matrimonio igualitario, los derechos en general de la mujer, etc., sean materia de discusiones constantes además en el campo político. Pero no es una realidad solo en Perú, es de los distintos países de América Latina, y en cada espacio del mundo, incluso con distintas religiones que presionan en esa misma dirección. Todo este proceso de transformación, de modernidad, ha creado muchas reacciones en el mundo de estos grupos religiosos y esto ha hecho que utilicen las reglas de la acción política en beneficio propio, porque finalmente son parte de esa vida pública. Algunos sociólogos de la religión han dicho que estamos ante un reavivamiento religioso en el planeta.
Justamente, en cada proceso electoral vemos el uso de la religión por los candidatos. Por ejemplo, Keiko Fujimori se alió con grupos evangélicos y, más recientemente, Rafael López Aliaga muestra abiertamente su lazo con la iglesia católica.
Claro, ahí hay dos cosas. Los políticos son conscientes de que la población peruana, en términos generales, es religiosa. El 95% opta por alguna opción religiosa. Otra cosa es discutir la profundidad de su religiosidad. Además, se es consciente que hay grupos muy tradicionales dentro de la gente religiosa. Entonces, lo que los políticos que no tienen una convicción religiosa fuerte hacen es jugar con esos grupos. El caso de Keiko Fujimori es bien interesante. Su padre, esto lo digo en un artículo que publiqué el año pasado, tenían una agenda laicista, no era una persona religiosa y no lo fue por su formación. Durante su época se crea el Ministerio de la Mujer, se apoya a las ONGs de mujeres que entran al Estado y ayudan a diseñar algunas políticas públicas. Pero Keiko Fujimori entiende que su rol dentro de la derecha política es levantar las banderas más conservadoras y tradicionales. Pero no es solo astucia política, creo que también tiene que ver con la propia formación que recibió. En la segunda vuelta, ella no tuvo un problema en mostrar públicamente los apoyos de estos grupos. Castillo también lo hizo en el famoso mitin en San Juan de Lurigancho cuando un pastor se arrodilló y rezó para toda la multitud. Con este recurso trataron de mostrar que no solamente eran buenos peruanos, sino personas religiosas.
Por otro lado, el caso de Rafael López Aliaga es interesante porque la Iglesia Católica no tenía un representante político con pretensiones más amplias que representara esa tendencia tradicional. Pero una vez que ha pasado a la conducción de la ciudad ha surgido un problema. Ya que puedes hacer de tu vida una cruzada al implementar una agenda religiosa, pero si eres un mal alcalde, un mal gestor, la gente te juzgará sobre todo por esto. Aunque también, por otro lado, algunos evalúan el nivel de compromiso con su propia fe. Entonces, hasta qué punto López Aliaga es un buen católico y realmente respeta todos los preceptos del cristianismo. El cristianismo plantea no mentir ex profeso, decir la verdad, ser piadoso, solidario y amar al prójimo. La gente se da cuenta de los niveles de incoherencia.
En el plano legislativo, vemos que las iniciativas de los congresistas y las bancadas más conservadoras van en contra ciertos derechos ya ganados por diversos grupos sociales. A pesar de que como sociedad buscamos mejorar, ¿cómo se explica este retroceso?
Si lo ves desde una perspectiva secularizadora, obviamente estamos viviendo épocas de retroceso. Este es un fenómeno que ocurre en todo el planeta. Un ejemplo es Rusia: hace 40 años era un país socialista con todos los derechos seculares ganados, la religión no asomaba ni siquiera a la puerta del reconocimiento y, hoy en día, Putin se sostiene -entre otros elementos- en la iglesia ortodoxa y el nacionalismo. Actualmente, en Rusia los derechos de los homosexuales están disminuidos, son perseguidos y la mujer también está bastante recortada en sus derechos. Otro ejemplo son regímenes como el de Maduro en Venezuela, quien se apoya en la tradición más conservadora que pueda existir. Lo mismo ocurre con los debates en el Congreso, aunque aquí saben muy bien los límites en los que se mueven, así es posible hacer reformas de leyes siempre y cuando no se menoscabe ciertos derechos básicos constitucionales, aunque a veces se está en los límites de su respeto.
La sociedad más conservadora es una gran fuerza en la que se apoyan los políticos. ¿A qué se debe que un gran porcentaje de la sociedad comulgue con ideas tan tradicionales?
Históricamente nuestra sociedad ha sido conservadora. Esto se explica por la fuerza del catolicismo y también por la propia realidad sociocultural de América Latina. A veces pensamos que la secularización y sus ideales es un proceso hacia el cual todo el planeta se dirige, como una especie de línea continua y evolutiva. Pero ese es un sueño romántico. La verdad es que la secularización como lo pensamos es una realidad europea y es fruto de la peculiaridad que ocurrió ahí. Me refiero a las revoluciones sociales, el liberalismo, y toda la situación política e histórica que llevó a la implementación una serie de medidas secularizadoras que caló en la sociedad y que hizo que una inmensa cantidad de gente sea atea o alejada de los principios religiosos. A veces hay que pensar la secularización como algo más atípico de lo que creemos. Y de ahí que la lucha intensa por hacer prevalecer los derechos de la persona, por encima de bienes comunitarios es una fricción que ocasiona tantas reacciones. Cuando hablamos de religión no solo hablamos de prioridades personales, hablamos ante todo de prioridades comunitarias. Es una experiencia compartida que genera sus propios intereses y símbolos, sus beneficios y limitaciones, y que a veces además se mezclan con símbolos y objetivos nacionales.
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