Columna de opinión de los investigadores Enrique Vásquez, Pedro Mateu, Franklin Ibáñez y Javier Zúñiga basada en el ensayo que escribieron para En búsqueda de un desarrollo integral. 20 ensayos en torno al Perú del Bicentenario.
El siguiente artículo se realiza a título personal y no refleja necesariamente la opinión institucional de la Universidad del Pacífico.
Durante décadas, las políticas públicas se han centrado en el crecimiento del PBI o en indicadores económicos como la inflación y el tipo de cambio. Pero ¿no es el crecimiento económico solo un medio para lograr el verdadero fin: que las personas seamos más felices? Desde el 2011, la Asamblea General de la ONU reconoce la búsqueda de la felicidad como un objetivo humano fundamental. Actualmente, muchos estudios sobre la felicidad proponen comprender qué es, cómo medirla y cómo promoverla desde el sector público y privado.
Durante 2017 y 2018, estudiamos la felicidad de quienes viven en los cinco distritos más pobres y los cinco más ricos del Perú. Aplicamos preguntas abiertas y cerradas, entre objetivas y subjetivas. Parte de los principales hallazgos y conclusiones se publicaron en “Los números de la felicidad en dos Perúes”[1] y el documento “Por un Perú feliz con valores”.[2] Aquí, consideramos la felicidad como un concepto complejo que reúne al menos tres elementos: satisfacción de vida, presencia de emociones positivas y ausencia de emociones negativas.
Si bien los más ricos resultaron ser más felices que los pobres, el dinero no lo es todo. Encontramos que la mayor fuente de felicidad para pobres y ricos está en las relaciones cercanas, principalmente familiares. En particular, la familia nuclear resalta con altos niveles de felicidad en los dos Perúes. Por otro lado, si observamos el sexo de los jefes de hogar, en el Perú pobre, los hombres son más felices que las mujeres; mientras que en el Perú rico no hay diferencia significativa en felicidad entre hombres y mujeres.
A raíz de estos hallazgos concluimos que, para extender la felicidad de modo sostenido, particularmente en el sector pobre, es fundamental garantizar el acceso a servicios sociales básicos en salud y educación, y proveer la infraestructura requerida para estos. Cuando las personas pobres enfrentan una emergencia sanitaria, la enfermedad crónica de un pariente o sienten que el sistema educativo no les ofrece posibilidades para salir del círculo de la pobreza, a pesar del trabajo duro, encuentran obstáculos estructurales para la felicidad.
Muchos de los jefes de hogar pobres señalaron experimentar insatisfacción con su situación laboral y no solo por trabajar más de 40 horas a la semana. En este sentido, se deben fomentar empleos que sean rentables para adquirir esos servicios echados en falta –educación y salud–, pero también porque desarrollan y realizan al trabajador.
La cultura de la felicidad, exagerada y traducida a veces en manuales de autoayuda, pone demasiado énfasis en la propia responsabilidad: alcanzar la felicidad depende sobre todo de uno mismo, del optimismo y pensamiento positivo, etc. Si bien buena parte de la responsabilidad radica en el propio sujeto, no parece menos real que las condiciones externas afectan la búsqueda y alcance de la felicidad.
Por eso, creemos que el Estado puede y debe ocuparse de ciertas condiciones, como aquellas garantías mínimas sociales que contribuyen en gran cuantía al bienestar objetivo, y que faciliten a los ciudadanos llegar a esta meta. Como hemos señalado, políticas de trabajo decente, salud, educación e infraestructura productiva pueden orientarse hacia el gran objetivo de que el Perú sea feliz.
Lee la edición de Punto de Equilibrio N°19, aquí.
Referencias
[1] https://fondoeditorial.up.edu.pe/producto/los-numeros-de-la-felicidad-en-dos-perues-ebook/
[2] https://agendabicentenario.pe/papers/por-un-peru-feliz-con-valores/
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