Hoy en día, el cambio climático y el inadecuado manejo de los recursos naturales a nivel global representa un desafío para diversos sectores económicos, sobre todo en rubros como la agricultura. La intensificación de fenómenos climáticos y la aparición de nuevas plagas y enfermedades añaden riesgo a la actividad agrícola que de por sí ya es de naturaleza riesgosa. Ante esta situación los productores agropecuarios, especialmente de pequeña y mediana escala, enfrentan mayores dificultades para enfrentar estos riesgos crecientes en un contexto en que los mercados de seguros agrícolas son inexistentes o muy limitados. Para ahondar en este tema, conversamos con Miguel Robles, investigador del CIUP y profesor del Departamento Académico de Finanzas, quien explica que al no existir un mecanismo eficiente de diversificación de riesgos la inversión en el sector se ve desalentada.
En general las actividades agropecuarias están expuestas a riesgos como los fenómenos naturales que se exacerban con el cambio climático. ¿Cómo la provisión de un seguro agrícola puede ayudar a enfrentar esta situación en economías en desarrollo?
La actividad agrícola es de naturaleza bastante riesgosa, a diferencia de otras actividades económicas. En la agricultura existe dos tipos de riesgos: de producción y de mercado. El riesgo de producción está ligado a todo aquello que pueda afectar los cultivos, es decir, la cantidad producida y que escapa al control del productor. El riesgo de mercado se refiere a la posibilidad de enfrentar precios adversos para el productor. Por ejemplo, precios bajos del cultivo al momento de la cosecha y precios altos de insumos cuando estos son necesarios durante la campaña agrícola.
Por ejemplo, al plantar un cultivo se tiene una proyección de la cantidad a cosechar por unidad de área plantada, como por ejemplo una hectárea. Sin embargo, en el camino pueden acontecer escenarios no previstos que no permiten cosechar lo originalmente planeado.
Si bien en Perú no sufrimos de fenómenos naturales como huracanes que pueden afectar importantes extensiones de cultivos, nuestra agricultura se ve expuesta a fenómenos como las sequías, heladas, granizos, exceso de calor, e inundaciones entre otros con la capacidad de destruir total o parcialmente los cultivos a lo largo de un número considerable de hectáreas. En ese sentido, si no hay un mecanismo eficiente para cubrir y diversificar esos riesgos el productor buscará de alguna manera reducir su exposición a tales riesgos.
Un mecanismo es dejar pasar inversiones que pueden tener una importante rentabilidad esperada pero que a la vez implican un riesgo adicional. Por ejemplo, invertir en semillas mejoradas ayuda a mejorar los rendimientos del cultivo, pero sólo si no se presentan fenómenos climáticos adversos. Si por ejemplo viene el Niño se pierde la cosecha y además se pierde lo invertido en semillas mejoradas.
Por tanto, el productor puede dejar de invertir en semillas mejoradas para no incrementar sus niveles de riesgo dada la ausencia de instrumentos financieros de cobertura de riesgos. Esto multiplicado por cientos de miles de productores puede traducirse en un sector agrícola operando con productividad por debajo de su potencial. Otro mecanismo para reducir riesgos es diversificar cultivos con la expectativa que si un cultivo sufre perdidas los otros cultivos logran rendimientos normales. El costo de oportunidad de esta estrategia es que el productor deja de especializarse y de operar con algo más de escala en uno o pocos cultivos.
Así, la realidad es que, a pesar de ser una actividad bastante riesgosa, no hay un mercado plenamente desarrollado de seguros agrícolas que cubra con productos de calidad a los productores; especialmente a los de agricultura pequeña y mediana escala, quienes cuentan con menor espalda financiera para enfrentar pérdidas de producción. El nivel de desarrollo de los mercados privados de seguros agrícolas es aún muy incipiente y dista mucho del desarrollo de otros seguros; como los vehiculares o de salud que son ofertados por diversas compañías aseguradoras y que compiten por captar clientes.
Desastres naturales como las inundaciones y las sequías continúan siendo un reto para una oferta estable de alimentos en Perú. ¿Qué impactos puede tener esta situación sobre poblaciones vulnerables y su capacidad de cubrir sus necesidades básicas?
Ciertamente cada vez que se presenta un fenómeno climático que afecta la producción agrícola doméstica potencialmente en mayor o menor medida se afecta la oferta del producto o productos afectados. Digo potencialmente porque siendo el Perú una economía abierta puede existir la posibilidad de importar el producto y abastecer los mercados. Sin embargo, en ocasiones puede no existir una oferta extranjera y entonces la oferta local se ve muy afectada.
Un ejemplo reciente es lo que pasó con el limón peruano que tiene características diferentes al limón que se produce en otras partes. En el 2023 debido al exceso de lluvias el kilo llego a costar más de 20 soles cuando normalmente cuesta entre 2 y 3 soles. Entonces los desastres naturales que destruyen producción de alimentos en el Perú no necesariamente se traducen en un gran desabastecimiento de productos especialmente cuando existe la posibilidad de importarlos rápidamente.
En otras palabras, ante afectaciones climáticas a parte de la producción agrícola doméstica no necesariamente se afecta la seguridad alimentaria del país o mejor dicho la disponibilidad de alimentos en el país. Aquí es importante mencionar que el concepto de seguridad alimentaria ha evolucionado con el tiempo, pues ya no pasa necesariamente por la capacidad de producir domésticamente todos o gran parte de los alimentos básicos que consumimos en el Perú; sino el concepto de seguridad alimentaria hoy por hoy guarda más relación con la capacidad de las familias de contar con los ingresos necesarios para costear al menos la canasta básica de alimentos.
Y el principal problema con los desastres naturales que afectan a la agricultura, con relación a grupos vulnerables, viene por este lado ya que miles de productores al ver afectada su producción también ven afectados sus ingresos y esto compromete su capacidad de compra de alimentos. Esto es más grave en productores pequeños cuyos ya bajos ingresos dependen además en una alta proporción de su producción agrícola.
Ante la ausencia de un seguro que justamente compense al productor cuando más lo necesita, es decir cuando su producción se ve afectada, lamentablemente el golpe a su economía familiar va a ser duro y sin duda va a tener grandes dificultades para cubrir sus necesidades básicas. En el Perú hemos hechos avances en cuanto a la provisión de seguros agrícolas.
Por un lado, tenemos un programa de seguros agrícolas subsidiado al 100% por el estado que se otorga a productores de subsistencia y de pequeña escala y que busca compensar al productor con un monto de dinero relativamente bajo, pero no por ello deja ser relevante, cuando se presenta un evento catastrófico. En paralelo en los últimos dos años se ha lanzado otro programa de seguro agrícola que subsidia el 80% de las primas y que está dirigido a productores comerciales de pequeña y mediana escala y que típicamente acceden a crédito. Aún está pendiente evaluar y cuantificar el impacto de estos programas y comparar los mismos con sus costos.
De acuerdo con encuestas recientes de IPSOS, solo el 53 % de peruanos afirmó haber consumido tres o más comidas al día en una semana. ¿Qué estrategias deben implementarse para combatir el hambre y la pobreza de manera sostenible?
La principal estrategia que nos va a permitir combatir el hambre y la pobreza de manera permanente en el tiempo es apuntalar el crecimiento económico del país. En el mediano y largo plazo el crecimiento económico es la mejor política de ayuda social para el grueso de la población vulnerable. ¿El crecimiento económico necesariamente sacará de la pobreza y del hambre al 100% de las familias que hoy padecen esa terrible situación?
Posiblemente no o tomará mucho tiempo para que eso suceda, y entonces habrá que tener políticas de ayuda mucho más focalizadas para atender a ese grupo de peruanos rezagados. Pero con crecimiento económico también se contará en el futuro con mayores recursos justamente para esos programas de ayuda. Ahora bien, la pregunta que queda en el aire es qué hacemos en el corto y cortísimo plazo porque obviamente el crecimiento económico toma tiempo y eso asumiendo que tenemos las políticas adecuadas para lograrlo.
Esta es una pregunta crucial. Según cifras del INEI la pobreza monetaria en el país afecta al 29% de la población hoy. Aquí aparentemente surge un entrampamiento. Si dedicamos mucho presupuesto y recursos como país para ayudar a los más vulnerables de hoy para que no sufran de hambre y pobreza entonces ya no tendremos tantos recursos para invertir en las bases de un crecimiento económico rápido, elevado y sostenido.
Mientras más retrasemos el crecimiento sostenido más tiempo tardaremos en sacar de manera permanente de la pobreza a quienes la sufren hoy. Pero, por otro lado, si no dedicamos suficientes recursos hoy para ayudar a todos los peruanos en condiciones de vulnerabilidad entonces como sociedad cojeamos en valores humanos y creamos condiciones políticas adversas para adoptar aquellas políticas necesarias para el crecimiento de mediano y largo plazo. Es claro que la economía no está desligada de lo político y de lo social. ¿No es posible matar dos pájaros de un solo tiro? Es decir, asegurar que cada sol de presupuesto público gastado hoy contribuya simultáneamente a construir las bases del crecimiento económico futuro (infraestructura en inversión dura y blanda) y en aliviar la situación actual de hambre y pobreza de los grupos más vulnerables.
Posiblemente no se puede hacer eso con cada sol invertido, pero ahí donde sea posible no debe dejarse pasar esa oportunidad. Por ejemplo, debemos identificar sectores y obras de infraestructura que complementen la inversión privada y promuevan el crecimiento económico y mucho mejor si, a la vez, la construcción de esas obras puede dar empleo e ingresos a población vulnerable; y/o que sean obras que complementen y promuevan el crecimiento sostenido de las actividades económicas donde participan mayoritariamente las poblaciones vulnerables. Un ejemplo de esto último es justamente la agricultura y las zonas rurales que, en el Perú y la mayor parte de países en desarrollo, albergan proporcionalmente a una mayor cantidad de población en situación de pobreza.
Invertir en elevar la productividad agrícola de manera sostenida no sólo contribuye al crecimiento económico de mediano y largo plazo, sino que rápidamente puede mejorar las condiciones de vida de una importante parte de la población que sufre de hambre y pobreza. El tremendo desarrollo que ha experimentado la agricultura en la costa peruana en las últimas décadas ha significado sin duda una reducción de la pobreza costeña muy significativa que me atrevo a decir sobrepasa largamente lo que hayan podido ayudar los programas sociales. Diversos reportes del Banco Mundial, organismos internacionales y trabajos académicos coinciden en que a través de elevar la eficiencia y productividad del sector agricultura se reduce pobreza, se aumentan los ingresos de grupos vulnerables y se mejora la seguridad alimentaria de un alto porcentaje de la población rural.
Lo peor que podemos hacer es realizar gastos de recursos escasos en actividades que ni promueven crecimiento ni elevan los ingresos de los más necesitados. Corrupción y obras mal ejecutadas y/o con baja o negativa rentabilidad son un crimen a todos los peruanos.
El Perú potencialmente puede regresar a tasas de crecimiento promedio de 8% anual como tuvimos en décadas pasadas. Para ello es necesario encontrar el balance entre inversiones que promuevan el crecimiento, y si parte de esas inversiones mejoran rápidamente los ingresos de los más vulnerables mejor aún, y en programas sociales eficientes que maximicen la ayuda transitoria a quienes la necesitan para poder hoy sostener una vida mínimamente dignidad y con la expectativa de que el crecimiento futuro brindará las oportunidades para ellos y sus familias de ingresos cada vez mejores.
El gobierno y ciertas entidades han apostado por la mejora del desarrollo rural a través de metodologías de innovación y resiliencia climática. ¿Qué tan real es esta proyección en las zonas no urbanas del país?
Se abren muchas oportunidades con las nuevas tecnologías para el ámbito rural. Por ejemplo, gracias a las nuevas tecnologías se está avanzado en la inclusión financiera de las familias rurales gracias a la banca virtual y las billeteras electrónicas. En países de África hace algunos años se lanzó la plataforma “Uber tractor” a través de la cual productores agrícolas que no cuentan con un tractor pueden alquilar horas de tractor de ofertantes del servicio en su zona.
También gracias a las nuevas tecnologías se ha desarrollado la agricultura de precisión la cual, a través de imágenes con drones, imágenes de satélites, sensores en tierra e información meteorológica se analiza cada metro cuadrado plantado para asegurar que se están implementando las prácticas agrícolas óptimas en cada uno de ellos.
Otras áreas donde se pueden aprovechar las nuevas tecnologías son los seguros agrícolas y la “tele-agricultura”. Personalmente he venido trabajando en el uso de imágenes geo referenciadas, ya sea de satélites o de celulares, para reducir el costo de proveer seguros agrícolas. La idea es reemplazar parcial o totalmente las visitas a campo para evaluar siniestros o daños a los cultivos ya que esas visitas por parte de un evaluador pueden llegar a ser bastante caras especialmente cuando se trata de agricultores de pequeña escala.
La tele agricultura vendría a ser algo así como la telemedicina, es decir de manera remota un técnico o ingeniero agrícola evalúa el campo y las prácticas agrícolas implementadas y a partir de ello puede dar recomendaciones para mejorar la productividad.
La idea es aprovechar que en muchas zonas rurales un alto porcentaje de productores ya cuentan con teléfonos celulares inteligentes que permiten transmitir datos e imágenes con lo cual puede haber un flujo de información, a relativo bajo costo, desde el agricultor hacia el experto agrícola y viceversa, desde el experto agrícola hacia el agricultor. Un programa masivo de tele agricultura podría reemplazar al tradicional sistema de extensión agrícola que resulta caro y por tanto de alcance limitado.
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