Pobreza y desigualdad

La carga cognitiva de la pobreza

26 octubre, 2021

Columna de opinión del investigador del CIUP Manuel Barrón y de Daniela Bresciani para el boletín Punto de Equilibrio n°19.

El siguiente artículo se realiza a título personal y no refleja necesariamente la opinión institucional de la Universidad del Pacífico.

En políticas públicas, se presta mucha atención a la pobreza: a medirla, a reducirla, a encontrar los determinantes, a entender sus consecuencias. En esta breve nota queremos llamar la atención a una de sus consecuencias que ha recibido muy poca atención: la pobreza genera carga cognitiva. La capacidad cognitiva de una persona es la capacidad para recibir información, procesarla y emplearla cuando es necesaria. Algunos estudios (por ejemplo Dean et al. 2019, Ridley et al. 2020) han demostrado que la pobreza puede generar una sobrecarga cognitiva en las personas que la experimentan.

Para entender por qué, pensemos primero en las condiciones de una persona en situación de pobreza. Nos centraremos en la pobreza monetaria, pero este argumento se puede extender también a la pobreza multidimensional. En el Perú, un hogar considerado pobre cuenta con 12 soles diarios como máximo para mantener a cada uno de sus miembros. Este monto incluye alimentación, alojamiento, salud y vestimenta.

Una persona en situación de pobreza tiene que decidir cómo asignar esos 12 soles diarios de los que dispone. Simplifiquemos más el problema e imaginemos que ese monto se asigna exclusivamente a alimentación. Con ese monto, una persona puede, en principio, adquirir la canasta básica de alimentos establecida por el INEI, pero en la práctica llegar a esta canasta es inviable. Esto requiere que conozcamos los alimentos mínimos que debemos consumir y que tengamos acceso a ellos a los precios utilizados por el INEI. Si los precios en nuestra localidad son mayores, no será posible adquirir dicha canasta mínima.

El problema no termina con encontrar la combinación de alimentos que podamos adquirir con los 12 soles diarios, porque el ingreso de los hogares pobres es fluctuante. Algunos días ese ingreso puede caer a la mitad. Otros días el gasto puede subir, por ejemplo si un día un miembro de la familia se enferma. En cualquiera de los casos, administrar lo que queda de ingreso disponible para sobrevivir es una tarea incluso más difícil.

Enfrentar escasez de dinero trae consigo muchos problemas muy difíciles -o incluso imposibles- de evadir. El argumento principal del libro de Shafir y Mullainathan (2016) es que la necesidad urgente de manejar bien el dinero para poder sobrevivir llega a tal punto que nuestra mente es capturada por pensamientos de escasez.

Como los humanos tenemos una capacidad cognitiva limitada, tener constantes pensamientos de escasez implica una carga cognitiva que limita la capacidad que podemos utilizar en otras decisiones. La mente de una persona que se encuentra en un contexto de escasez está tan ocupada en administrar la escasez que deja de lado otros temas que pueden ser igual o más importantes, pero que no son urgentes en ese momento.

Cuando la escasez enfoca la mente constantemente en pensamientos de escasez de dinero, deja menos espacio para pensar en otras cosas. De hecho algunos estudios (por ejemplo Mani et al 2013 o Kaur et al 2021) han demostrado que una misma persona se comporta de manera diferente cuando enfrenta escasez que cuando no la enfrenta, y que esa diferencia puede ser atribuida a la escasez. El estudio de Mani et al (2013) en particular muestra que incluso el coeficiente intelectual de la misma persona puede caer drásticamente en contextos donde enfrenta escasez en comparación a cuando no la enfrenta. Los autores encuentran un efecto de 10 puntos de coeficiente intelectual, que es similar al cambio que experimentaríamos si pasáramos una noche sin dormir.

La escasez, al capturar parte importante de nuestra mente, induce que nos apoyemos excesivamente en los heurísticos para la toma de decisiones. Los heurísticos son reglas intuitivas y rápidas en la que todos los seres humanos nos apoyamos para tomar decisiones. Si bien no son perfectas, muchas veces son adecuadas. El problema está en su uso excesivo, pues este puede incrementar sistemáticamente la probabilidad de cometer errores en la toma de decisiones. Y recordemos que con el presupuesto magro que tienen disponibles los hogares pobres, no hay espacio para cometer errores.

¿Qué puede hacer el Estado en este contexto? Hay políticas de protección social dirigidas hacia las poblaciones vulnerables, que pueden aliviar por lo menos parcialmente la situación de escasez. Un ejemplo son las transferencias condicionadas de dinero, como JUNTOS, que brinda un bono de S/100 mensuales a hogares en situación de pobreza que cumplan las condiciones establecidas por el programa. Estas condiciones incluyen la asistencia de niños o mujeres embarazadas a controles de salud, o la matrícula y asistencia de niños a la escuela.

Un programa de transferencias condicionadas como este puede reducir los síntomas generados por la escasez por dos motivos. Primero, al transferir dinero se alivia parcialmente la situación mental de una persona que sufría de escasez de este recurso. El dinero adicional puede proveer cierta tranquilidad mental que permita asignar sus recursos cognitivos a otras actividades.

El segundo motivo es que actividades importantes como la salud preventiva y la educación pueden ser obviadas por una persona en situación de pobreza, precisamente porque su mente está capturada por la carga cognitiva de la escasez y no le quedan recursos suficientes para lidiar con temas como estos - que son importantes pero no urgentes. Los programas de transferencias condicionadas atacan este problema al darle una importancia adicional a la salud y la educación.

Las transferencias condicionadas son sin duda controversiales. Se puede pensar que desalientan el empleo, o que reducen la motivación para salir de la pobreza. Esta idea ha sido descartada para el caso de Perú por Guillén & Mendoza (2021) quienes muestran que JUNTOS ha permitido que sus beneficiarios pasen del autoempleo a empleos más productivos como obreros. El canal propuesto por las autoras es un incremento en la salud mental de los beneficiarios.

Por otro lado, es importante tener en cuenta que los bonos condicionados también generan una carga cognitiva. Esto no solo se debe a que cumplir las condiciones requiere atención, sino también a la parte logística. Quienes desean recibir los bonos deben asignar parte de su capacidad cognitiva a cumplir las condiciones establecidas. Esto resalta la importancia de tener cierta flexibilidad en los requisitos y además de que estos sean referentes a temas realmente importantes, como JUNTOS, que impulsa la salud y educación.

Hay programas sociales que atacan otros tipos de escasez, como la escasez de tiempo. Un claro ejemplo es el programa Cuna Más. Además de otros servicios que este da para impulsar el desarrollo infantil, el programa Cuna Más brinda un servicio de cuidado para niños menores de 3 años. Ofrecer este cuidado puede aliviar los síntomas de escasez en el hogar a través de dos canales. El canal más evidente es que, al ofrecer cuidado gratis para los niños, el hogar se puede ahorrar el dinero que podría haber gastado en contratar algún cuidador. El otro canal se relaciona con el alivio de carga cognitiva para el hogar. Para una persona que ya tiene bastante carga cognitiva por escasez, pensar en quién va a cuidar al niño durante el horario laboral es un estrés más y una limitación más para la capacidad cognitiva que puede asignar a otros temas. Un programa como Cuna Más puede aliviar esta carga, para que el hogar pueda enfocarse en otros temas relevantes.

En conclusión, la pobreza genera una carga cognitiva fortísima, que atrapa a las personas y no las deja prosperar. Algunos programas pueden aliviar al menos ligeramente esta carga, como los dos revisados en este breve artículo, pero es de vital importancia explorar otras opciones, como intervenciones de salud mental, si es que realmente queremos atacar la pobreza.

Referencias
Dean, E., Schibach, F. & Scohfield, H. (2019) Poverty and Cognitive Function. En The Economics of poverty traps (pp 57-188). University of Chicago Press.
Guillén, Samantha y Maria Fe Mendoza (2021) Transferencias Monetarias Condicionadas y Autoempleo: El Caso del Programa JUNTOS en Perú. Universidad del Pacífico.
Kaur, S., Mullainathan, S., Oh, S., & Schilbach, F. (2021). Do Financial Concerns Make Workers Less Productive? (No. w28338). National Bureau of Economic Research.
Mani, A., Mullainathan, S., Shafir, E., & Zhao, J. (2013). Poverty impedes cognitive function. Science, 341(6149), 976-980.
Ridley, M., Rao, G., Schilbach, F., & Patel, V. (2020). Poverty, depression, and anxiety: Causal evidence and mechanisms. Science, 370(6522).
Shafir, Elam y Sendhil Mullainathan (2016) Escasez. ¿Por qué tener tan poco significa tanto? Fondo de Cultura Económica

Foto: ANDINA/Difusión

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