Columna de opinión de la investigador afiliado al Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico, Benjamin Creutzfeldt, publicado en el Espacio de Reflexión del boletín Punto de Equilibrio n°29.
El siguiente artículo se realiza a título personal y no refleja necesariamente la opinión institucional de la Universidad del Pacífico.
En el Estrecho de Taiwán se pinta la posibilidad de una guerra con repercusiones globales. Hace unas semanas, China respondió con fuerza a la visita a Taiwán por parte de la representante de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, organizando el mayor ejercicio militar de su historia, incluyendo misiles balísticos, en los mares y cielos de la isla. ¿De dónde nacieron estas tensiones y qué intereses se encuentran en juego?
Pekín considera a Taiwán como un asunto interno, y luego de la visita de Pelosi, la funcionaria estadounidense de mayor rango en visitar Taiwán en 25 años, reiteró su posición de forma tajante en un nuevo Libro Blanco. El Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, califica el ejercicio militar de China de “escalada injustificada”. El embajador Nicholas Burns apeló a China – sin ironía intencionada – de no ser un “agente de inestabilidad” en la región. En cuanto a la opinión popular, cada año crece la mayoría de los 24 millones de habitantes de la isla a favor de la independencia formal, mientras que para los mil cuatrocientos millones de ciudadanos de China continental la eventual reincorporación de Taiwán es simplemente una cuestión de tiempo – y ni siquiera un líder como Xi Jinping puede ignorar la voz pública.
Para entender estas dinámicas encontradas, toca remontar a más de 77 años atrás cuando la ocupación japonesa de China terminó con su rendición incondicional luego de las bombas atómicas de 1945. Durante la Segunda Guerra Mundial, el territorio chino estaba dividido y controlado por tres actores: los nacionalistas bajo el General Chiang Kai-shek, los comunistas de Mao Zedong y el Japón imperial. Una vez derrotada Japón, el acuerdo entre los nacionalistas y los comunistas para luchar juntos contra un enemigo común no pudo mantenerse por más tiempo, y estalló una guerra civil. Con la victoria de los comunistas en 1949, las fuerzas de Chiang se vieron obligados a huir a una isla situada a unos 130 km del continente, llamándola República de China con la capital en Taipéi. Por su parte, el victorioso Mao bautizó el país como República Popular China (RPC) y reubicó la capital nacional a Pekín.
Durante años, Pekín y Taipéi siguieron reclamando ser los únicos representantes del pueblo chino. Hubo regularmente intercambios bilaterales de fuego y hasta hoy no existe un armisticio ni un acuerdo de paz entre las partes. La dictadura militar de Chiang en Taiwán representó los intereses chinos en las Naciones Unidas hasta 1971, cuando la Asamblea General de la ONU votó a favor de la resolución No.2758 propuesta por Albania y 22 otros países de admitir a la China continental, expulsando a Taiwán como miembro. Esta resolución, apoyada por Perú, Ecuador y Chile junto con los países europeos y una mayoría de las naciones africanas y asiáticas allanó el camino para que la RPC asumiera el puesto de Taiwán en la asamblea: la resolución especificaba que se trataba de un “restablecimiento de los derechos legítimos” de la parte continental.
China considera que Taiwán es una parte inalienable de su territorio y rechaza cualquier sugerencia de independencia: tan solo 14 países mantienen relaciones diplomáticas oficiales con la isla, la mayoría de ellos en América Latina y el Caribe. También Estados Unidos reconoció a China continental en 1979 como gobierno legítimo de China, y ya no considera a Taiwán como una entidad soberana. Sin embargo, en una política conocida como “ambigüedad estratégica” también se niega a respaldar la soberanía de Pekín sobre la isla y trabaja estrechamente con los representantes taiwaneses en Washington. La transición democrática iniciada por el hijo del General Chiang a finales de los años 1980s le ha facilitado una retórica ideológica más coherente, y Washington sostiene la isla a través del intercambio comercial y con el equipamiento de su ejército. Taiwán se ha establecido como un importante productor de semiconductores utilizados en todos los carros y equipos electrónicos del mundo, aunque Corea del Sur, China y Estados Unidos también dominan este sector.
Cuando Pelosi aterrizó en Taipéi, Pekín lo consideró una injerencia en sus asuntos internos. Anunció la suspensión del diálogo con Washington en una serie de ámbitos, como las conversaciones entre los mandos militares y sobre el clima. El Ministerio de Asuntos Exteriores de China anunció la suspensión de la cooperación con Estados Unidos en materia de prevención del crimen transfronterizo y el tráfico de drogas. La tensión está afectando las bolsas de valores en el sector de semiconductores, y si la invasión de Ucrania ha mostrado los riesgos implícitos en la interdependencia multisectorial de la globalización, la perspectiva de un conflicto armado en Asia Pacífico es más preocupante aún.
Mientras los aviones de guerra chinos siguen zumbando sobre el Estrecho de Taiwán y sus militares continúan con sus ejercicios conjuntos en el aire y en el mar, los expertos temen que en este juego de alto riesgo cualquier error de cálculo pueda dar lugar a un conflicto con repercusiones globales.
Sigue leyendo el boletín Punto de Equilibrio n°29: ¡Hasta siempre, Carlos!
Consulta aquí las ediciones pasadas de Punto de Equilibrio.
Copyright 2019 - Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico