Crónica de nuestra investigadora, Angie Higuchi, en ReVista: The Harvard Review of Latin America.
Era un sábado de Marzo. Después de tres horas seguimos navegando por el Río Huallaga, en una pequeña embarcación de madera. Se escucha el ruido del motor durante el viaje, y la vista del contraste entre el cielo azul con copos de algodón, el verdor de los árboles y el color tierra del río era tan pintoresco que me daba mucho ánimo de saber qué sentiría al llegar a comunidad Gervacio en la Amazonía del Perú. El bote de madera estaba a tope: no entraba ni una gallina.
Yo andaba repasando mis encuestas impresas para realizar a los productores cacaoteros. Por entonces, yo hacía mis estudios doctorales en Japón, y mi investigación versaba sobre la comercialización entre los cacaoteros asociados a una cooperativa versus los intermediarios, en particular, el caso de Acopagro. En pleno bote, iba concentrada repasando mis encuestas impresas para realizar a los productores cacaoteros. Y revisaba si todo estaba conmigo: Mi cámara, un bolígrafo y mi grabadora. Todo estaba en su lugar.
Mi cabeza dio un pequeño giro y caí en cuenta que estaba sentada al lado de personas que estaban regresando a casa, a su comunidad. Iban abastecidos de diversos artículos de la ciudad que normalmente no tienen en sus hogares: combustible, suministros, alimentos procesados, animales vivos y encargos. El dueño del bote llevaba también cartas, documentos y encomiendas aprovechando la embarcación como correo. “¿Llegamos?” pregunté al conductor del bote. Efectivamente así había sido. Me dieron una mano, salté en un pie para no mojarme las medias y sentí que mi zapatilla se hundía en el lodo. Di otra pisada larga y sentí el olor a fermentación de cacao. Estaba por fin en comité Gervacio. Subí una pequeña colina y aquello era un bosque de plátanos, yuca, maíz, naranjas, frijoles y, por supuesto, cacao.
Toribia Tuanama es una socia muy participativa de Acopagro, poseedora de tres hectáreas de Gervacio. Ella me recibe conjuntamente con su esposo un poco más arriba de la orilla. Entusiasmada me ofrece un vaso de masato (bebida a base de yuca fermentada) y me dice con un abrazo: “¡Señorita Angie, bienvenida!. Ojalá le cuente al presidente qué hacemos acá”. Inmediatamente me doy cuenta que el poder femenino invade el campo pues su esposo no decía una palabra. Le sonrío y pienso: “No creo que lo llegue a conocer pero haré lo posible porque nos lean”.
A mi alrededor se pueden ver diferentes casitas de madera en medio del bosque con gallinas y pollos corriendo por el campo. También hay muchos perros de diferentes razas así como muchos niños. Poco después, Toribia me jala suavemente el brazo y me toma de la mano. Empieza el recorrido. Yo me dejo guiar. Lo primero que les pregunto es sobre la coca. Toribia responde: “Mucha violencia. Vivíamos con miedo”. Los demás acompañantes asienten con la cabeza. El narcotráfico, el crimen organizado y las organizaciones terroristas causaron tensiones y conflictos. El mismo estado de abandono e incomunicación de las comunidades en zona amazónica, eran un perfecto terreno para el cultivo de coca antes de los años noventa. Por tanto, en una región con infraestructura y carreteras inadecuadas, los productores de cacao son geográficamente distantes de suministros agrícolas, centros de acopio y puertos. Esto dejaba abandonados en el libre mercado a los agricultores sin apoyo financiero o técnico.
Conforme caminábamos el olor a fermentación se hacía más intenso. Me introduce al acopiador, Emilio Amasifuen, con un fuerte apretón de manos a muy pocos metros de su casa. Se pueden divisar unas cajas de madera que parecen unas escaleras invertido para asegurar la calidad del cacao. Emilio me da una breve inducción sobre los cacaotales y el proceso de fermentación y secado. Coge un cacao y con un machete lo parte en dos. Me invita a probar el grano envuelto en un mucílago blanquecino. El sabor es medianamente dulce, parece mangostán. Me explica que el cacao puede adoptar el sabor y el aroma de las plantas que se encuentren alrededor. “Por eso usted puede comer chocolates con diferentes sabores, porque si usted cultiva un cacao al lado de una naranja, este tiene un sabor a naranja” me dice Emilio. Qué interesante relato y qué mágico es el cacao, pienso yo. Es que se comporta como una persona: “Si uno está rodeada de gente positiva, entonces ésta se vuelve positiva” pensé en mis adentros haciendo una analogía con el cacao.
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