Frente al primer año de gobierno del presidente Pedro Castillo, el investigador del CIUP, Alberto Vergara, analiza el panorama político y una serie de hechos que han llevado al poder Ejecutivo y Legislativo a una posición de desaprobación generalizada.
A la luz de cumplirse un año de la celebración del Bicentenario de Independencia y lo simbólico que fue la última elección ¿cómo calificarías el primer año de gobierno del presidente Castillo y del Congreso?
Una desgracia. Una desgracia previsible, por cierto. Creo que fuimos varios que dijimos que en el Perú las elecciones no solucionarían nada. El Gobierno y el Congreso reprodujeron y profundizaron todos los males que ya conocíamos. Nos han llevado a varios sótanos más abajo de donde estábamos. El Ejecutivo y el Congreso, desde el primer día, se propusieron destrozar la posibilidad de la convivencia civilizada en el país. Y están teniendo gran éxito en su empresa. Son una plaga que no va a dejar nada en pie.
¿Cuál crees que es la mayor falencia que han mostrado tanto el presidente Pedro Castillo como el Legislativo en su gestión? ¿Hay señales de querer resarcirse?
No, no van a enmendar porque en el país ha desaparecido el sentido de responsabilidad. Nadie responde por sus actos. El presidente Castillo se considera inimputable y la señora Alva, después de cada barbaridad que suelta, solo dice que “la sacaron de contexto”. O sea, son unos irresponsables, no responden ante la gente. Les da igual. Por razones distintas se consideran por encima de la ley. Pocas veces se ha visto a dos poderes del Estado trabajando para destruir a un país como ahora.
¿Cuál ha sido el papel de la oposición durante el primer año de Gobierno? (Incluyendo a actores políticos que estaban a favor del Gobierno hace un año y ahora juegan en contra).
Yo no veo oposición, la verdad. En un sentido democrático, quiero decir. No hay oposición democrática. En el Perú no hay ni derecha ni izquierda democrática. Tal vez hay individuos de derecha o de izquierda democráticos. Pero no políticos u organizaciones, ya quedó clarísimo que pueden defender lo que sea según sus intereses más pequeños y cortoplacistas. Giampietri, Cavero o Alva podrían tiranizarte desde concepciones distintas que las de Cerrón y quienes lo han apoyado, pero lo real es que aquí todos quieren someternos y explotar lo público en beneficio propio. En este año no hemos visto ninguna disposición genuinamente democrática de la representación política de derecha o izquierda.
Se han ido desarmando reformas fundamentales y los poderes del Estado han respondido a intereses personales, por encima de los de la población. Si bien eso no es algo nuevo, ¿esa forma de hacer política ha llegado para quedarse?
Es el viejo drama peruano y latinoamericano. Grandes fortunas se han construido por la promiscuidad con el Estado, consiguiendo contratos, concesiones. Y, desde siempre, el Estado ha sido un botín para darle empleos y recursos a mi partido, a mi “panaca”, a mi familia… “empleomanía” es una palabra que encuentras en varios países y refiere exactamente a eso. En el Perú, la debilidad de los partidos combinada con el manejo tecnocrático del Estado disminuyó mucho eso en los años 2000 pero ahora hemos vuelto a la normalidad, digamos. Ha vuelto el pacto tácito de turnarse en desplumar al Estado mientras se pueda, hasta la próxima elección o hasta que te vaquen.
¿Cómo vislumbra el equilibrio de poderes en los próximos 12 meses? Las denuncias constitucionales en el Congreso avanzan y, a pesar de lo que dicen las encuestas, no parece haber voluntad política para que “se vayan todos”.
Es que nadie se quiere ir. Keiko Fujimori tuvo que salir a la tele para decirles a sus congresistas que se sacrifiquen y den pie a una elección general. En la bancada se deben haber reído pensando “¿quién será esta señora para decirme que renuncie a la tinka?”. Castillo es ideal para ellos, pueden pasar todo lo que quieran y el Gobierno, o bien lo apoya, o bien va a entregarlo todo con tal de sobrevivir. Tendría que ocurrir algo muy, muy grave para llegar a una situación en que el Ejecutivo y Legislativo renuncien. En política tú solo renuncias si no te queda de otra. Y más con políticos que, como decíamos, no tienen ningún sentido de responsabilidad.
Finalmente, ¿qué ha ocurrido con los “ciudadanos sin República”? ¿Qué los mantiene dormidos? ¿Es posible apostar por un movimiento ciudadano que remeza los cimientos de estos grupos y los lleve a organizarse para presionar desde las calles por cambios?
Los “ciudadanos sin República” de mi libro nunca fueron muchos y su acción se notaba sobre todo en época de elecciones. Es lo que dice el libro. Desde entonces, además, temo que la pandemia les pasó por encima, la crisis económica los ha zarandeado, a otros la polarización los desactivó y a muchos la situación política simplemente ya les cargó la paciencia y ahora militan en la silenciosa amargura. A veces digo que cuando saque una nueva edición de ese libro se llamará “ciudadanos sin ni mierda”. Hacia allá vamos.
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